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José Ignacio Gautier, Tacho, junto a José Luis Rodríguez Zapatero en junio de 2015 |
José Ignacio Gautier (Burgos, 1951), Tacho, es director del CMU «Chaminade» desde 1977. Accedió al cargo y comenzó a vivir en el colegio mayor en plena transición a la democracia, con mujer, hijo y una juventud que, según cuenta, jugó a su favor. Esperaba durar tres años y todavía sigue, aunque se jubilará a finales del próximo curso. Durante la entrevista recuerda con viveza el ambiente que se respiraba en sus comienzos como director, los principales cambios que ha tenido el colegio, su relación con los colegiales... la historia de un cargo íntimamente ligado a su vida personal.
Llego en septiembre de 1977. Este
edificio estaba pensado para que lo ocuparan religiosos y estudiantes; por
tanto, no tenía, como tienen otros colegios mayores, la vivienda de dirección.
La tienen muchos, sobre todo los adscritos a ministerios y organismos
oficiales. El primer problema que tuve al llegar era que no tenía vivienda, y
yo tenía que venir a vivir aquí sí o sí. «¿Hay que vivir o no hay que vivir?
Sí, hay que vivir porque además el hecho de que tú tengas familia y tengas un
hijo es bueno para el colegio».
¿Y dónde vivimos? Deprisa y
corriendo, viendo las zonas del colegio, vimos que en una planta había una
habitación que tenía un baño y al lado había una especie de seminario que
estaba vacío, y eso se repetía en cuatro aulas del colegio. Lo que hicimos fue
una obra: en esa aula parcelamos, en una especie de vestibulillo que había en
esa zona metimos una cocinita, y allí nos metimos a vivir, mi mujer, mi hijo y
yo. Una cosa parecida se hizo con mis dos compañeros, solo que ellos compartían
una zona similar a la mía, con un saloncito y dos dormitorios, lo que fuimos
transformando con el tiempo.
Uno de los problemas iniciales que
tuvimos fue ese, porque además a muchos colegiales, que estaban en una época
muy beligerante, autogestionaria y peleona, les pareció muy mal que llegáramos
ahí, como ellos decían en notas en la cartelera, «a hacer unos chalets
intracolegiales ocupando espacios…». La entrada fue complicada.
¿Por qué te contratan como director el Chaminade?
Se produjo una situación en la que
a los marianistas, que habían creado un colegio bastante abierto, muy
participativo y con mucha capacidad para los colegiales de participar en las
actividades, ya bastante asambleario aunque no como ahora, se les fue aquello de
las manos. Lo que yo percibí es que el equipo de dirección se había roto. Había
algunos miembros de la dirección que se habían convertido casi en colegiales y
actuaban contra otros. Para mí era una cosa difusa, pero algo de eso estaba
pasando. Además, los colegiales estaban haciendo constantemente peticiones al
equipo provincial de los marianistas, quejándose de la dirección, de forma muy
insistente, y llegó un momento que esa dirección, no sé si ellos
voluntariamente o por la propia institución, decidió que no iba a continuar.
Cuando quisieron encontrar un
relevo, no lo encontraron, y se toparon con una crisis. Esta dirección se iba a
ir, no había nadie para hacerse cargo de esa situación, que estaba muy
revuelta. En un gabinete de crisis que tuvieron los marianistas, participó un
marianista que, unos años antes, se había hecho cargo en el colegio mayor Pío
XII, que dependía de la Iglesia, se había encargado de dos de las plantas (en
nombre de los marianistas), repartidas entre órdenes religiosas. Un marianista
que había estado en la gestión de esto era José Antonio Romeo [quien da nombre
a la cátedra de teología de la fundación, que este curso celebra su XXXV edición],
que fue uno de los que participó en aquellas reuniones.
Él propuso como alternativa
quedarse como presidente del patronato y que le dejaran las manos libres para
nombrar a un equipo de gente joven, que se fueran todos los religiosos que
quedaban aquí, que ya no eran muchos, separar mucho el tema Iglesia-colegio,
que aunque se mantendría una cierta función pastoral, eso sería independiente
de la vida del colegio, de la que él se encargaría, y nombrar a un equipo joven
y seglar. Me llamó porque yo había sido alumno suyo en el bachillerato.
Entonces, cuando entras, ¿ya no había religiosos aquí en el colegio?
No, no había. Quedaba solamente en
el equipo de la administración del colegio una persona que había sido religiosa
aunque se había salido, pero como te digo estaba contratado y ya no era
religioso. La dirección se fue, algunos marianistas jóvenes que todavía estaban
aquí (que yo recuerde solo uno) se fueron. En esos años, religiosos quedaban
muy pocos aquí, como estudiantes, que había habido muchos. Bueno, cuando digo muchos,
dice, no lo sé muy bien, que en el momento en que más hubo, que fue al
principio, no llegaban a cuarenta. Eso va disminuyendo poco a poco y cuando yo
llego al colegio llevaba ya once años y no quedaban.
De esos años anteriores a que tú llegaras, ¿puedes
contarme algo? Porque claro, tú llegas con el colegio bien iniciado.
Fue un
colegio que nace del impulso del Concilio Vaticano II, de apertura de la
Iglesia a la sociedad. En ese momento hubo apertura hacia la universidad. En
esos momentos, en los años sesenta, se construyen aquí la mayoría de los
colegios de órdenes religiosas; no son solo los marianistas, sino los jesuitas,
los claretianos, los agustinos… Se plantean tener una función universitaria, y
no solo en la enseñanza media, que era lo que hacían habitualmente,
particularmente los marianistas. De hecho, fundan este colegio y es la única
obra universitaria que tienen. Eso también tiene que ver con lo que luego
ocurrió, cuando ellos deciden retirarse; entienden que esta no era su actividad
esencial, y cuando tuvieron crisis lo dejaron.
Durante
esos años entran con mucho entusiasmo. Crean un colegio muy abierto, como era
su carisma como docentes. En general, los colegios de enseñanza media
marianista (yo los recuerdos porque yo estudié en ellos), comparado con los de
otras órdenes religiosas, eran más abiertos. Así lo recuerdo en el colegio
Santa María del Pilar en el que estudié.
Entra toda
una serie de marianistas jóvenes que participan también de ese entusiasmo de la
juventud de la época. Todo eso es lo que va creando, en unos años que son los del
final del franquismo, mucha actividad estudiantil en la que los marianistas
jóvenes forman parte de ella y generan un colegio que ya tenía fama de ser un
colegio abierto, y si quieres incluso entrecomilladamente de «rojo», como se
decía en aquella época.
Hubo
bastantes cambios de dirección en aquellos años, como era habitual en las
órdenes religiosas. Lo normal era que en una orden religiosa las direcciones no
perduraran. ¿Por qué cambiaban? Pues no sé si era fruto de su propia estrategia
interna de que un director en un centro no estuviera más de equis años… El caso
es que, cuando yo llego, me encuentro con que ha habido tres direcciones
anteriormente, y la última es la que hace crisis. De hecho, cuando yo llego
pienso que duraría otros tres años.
Casi aciertas [risas].
Bueno, pero
hablando de lo anterior, cosas curiosas que ocurrieron… Que fue mixto durante
un breve periodo de tiempo, porque ya era un colegio bastante abierto. Se hizo
mixto controladamente, se mantenía como colegio masculino a nivel formal, pero
se pidió permiso y se dio para que hubiera aquí unas chicas. De hecho hubo
algunos matrimonios de jóvenes estudiantes. Fueron dos años solo, creo que
llegó a haber dieciséis chicas en el momento que más. Pero no todo el mundo lo
veía muy claro, y uno de los directores de aquella época forzó a eliminarlo
diciendo que esto, si queríamos que fuera mixto, tenía que ser mixto. Y para
que fuera mixto, había que convertirlo en colegio mixto. Claro, como
convertirlo en colegio mixto era complicado, porque en esos años no era fácil
que te dieran el permiso, justificando que no iban a recibir el permiso,
aquella experiencia se cortó. Yo creo que esto fue en los años setenta y pocos.
Me estabas hablando antes de un movimiento asambleario
dentro del colegio, de mucha renovación en lo religioso… Cuando tú llegas aquí
son los años de la transición. ¿Qué ambiente se vivía entonces en relación con
lo político, con lo que estaba pasando en Madrid?
Estaba el
San Juan Evangelista, el famoso Johnny [la entrevista se grabó en la misma
mañana del desalojo de sus okupas]. Ese colegio era más activo en lo político
que este, porque no dejaba de ser un colegio de religiosos, mientras que el San
Juan Evangelista era un colegio laico.
Yo recuerdo
que cuando llegué, este colegio participaba mucho de lo que yo había vivido
como universitario un poquito antes. Los planteamientos reivindicativos,
liderados por la gente de izquierdas, representaban lo que era el deber ser de
la vida universitaria. Aquí estaba ese tipo de grupos de personas muy
politizadas, y luego estaba lo que se llamaba la «derecha hotelera», que era
ese grupo amplio de estudiantes que estaban disfrutando de lo que había, sin
involucrarse pero aceptando que el protagonismo pertenecía a los otros. Había
muchos estudiantes que estaban ahí como observando a ver qué pasaba, y
aceptando el liderazgo de la gente de izquierdas que estaba politizada. Esa
gente, de izquierdas y más politizada, llevaba el protagonismo de la vida. Es
verdad que luego el nivel de actividad que había no era tanto; yo siempre he
dicho que en años posteriores ha habido mucha más actividad en el colegio, pero
lo que se hacía en aquellas épocas tenía más relevancia.
Mientras
que otros colegios eso estaba más contenido por la dirección (por miedo al
momento, por ideología), aquí… pues lo que eran los marianistas, esa especie de
dejar hacer. No era el tema político el que más conflictos les creaba a los
marianistas, porque tenía la sensación de que eso había que hacerlo, de que ese
tipo de libertades había que darlas. El problema lo tenían más los marianistas
con las libertades de tipo personal: que el colegio estuviera abierto toda la
noche, que las chicas subieran a las habitaciones… Eso les creaba más nervios
que lo político. Ellos cuentan con una cierta satisfacción cómo se dieron
libertades en el colegio para hacer cosas, lo siguen contando con orgullo.
Ese era el
ambiente de la universidad de entonces, que aquí estaba muy enraizado. En otros
colegios no tanto, pero aquí me encontré al grupo de los ácratas, muy
organizados. Cuando yo llego, ellos tienen la sensación de que han ganado una
batalla, los estudiantes entendían que habían conseguido que, ante sus
demandas, la respuesta de los marianistas era quitar a la dirección. Yo entro
en ese momento en el que hay todo un planteamiento autogestionario, de entender
que el colegio lo tenían que gestionar los estudiantes y que la dirección esta
que había venido iba a durar poco.
¿Autogestionario en qué sentido, hasta dónde llegaba?
Parece un
poco chocante ahora, porque dices: «Eso es imposible», pero había gente que lo
planteaba. Autogestionario era autogestionario, es decir: que la dirección
sobraba, que se fuera, que no hacía falta. Esta era la utopía que ellos tenían.
Ante eso, lo que yo planteaba es que no me iba a ir, así de sencillo, con la
idea de que me habían nombrado para responsabilizarme de lo que aquí ocurría y
es lo que iba a hacer. Hay un aspecto del tema, que es todo lo económico y de
gestión de personal, que no lo podían llevar ellos, que venían y se iban. Este
era el planteamiento, pero ellos seguían a lo suyo y tuvimos asambleas. Se
planteaban: «¿Pero nosotros podemos hablar de esto?». Sí, podían hablarlo, y
eso dio lugar a muchísimas asambleas que culminaron, en una primera fase, con
una asamblea en la que se votó si el colegio iba a ser un modelo autogestionario
o cogestionario.
Y puedes
decir: ¿qué papel jugaba la dirección, mis compañeros y yo, en todo este tema?
Estar en las asambleas, porque curiosamente lo que sí que aceptaban los
colegiales, quizá porque era la tradición que arrastraban, era que quien
presidía las asambleas era yo. Ahí se hablaba de todo, se votaba todo. Yo ya
había planteado claramente que no me iba a ir de allí, votaran lo que votaran,
pero estaba en una posición de incertidumbre. Se votó, y recuerdo que fue muy
pronto, nada más llegar; si yo llego en septiembre, a mediados de diciembre,
después de muchas reuniones y muchas asambleas, en la que se votó o el modelo
autogestionario o el cogestionario, y ganó el cogestionario. A partir de ese
momento, los de la autogestión entran en una fase en la que se sienten un poco
derrotados. De hecho, llegaron a sacar notas en la cartelera colegial diciendo:
«Hemos perdido, pero a pesar de todo…».
Fueron años
bastante duros para mí, aunque yo lo vivía con cierta sensación de excitación.
Vivía todo aquello con una sensación de mucha vitalidad, mucha energía. Sabía
que aquello no iba a acabar en una autogestión; de lo que se trataba era de que
los colegiales no generaran contra mí una actitud agresiva de tipo personal.
Más o menos eso lo conseguí, creo, porque el caso es que pasados dos años ese
tema se resolvió.
Fue duro
porque yo, por alargarme un poco, en todo este proceso qué hice. Yo actuaba
como si fuera un colegial más. Por ejemplo, los colegiales por turnos barrían
las plantas; Formaba parte de ese proceso pero no porque yo quisiera limpiar,
sino porque cuando ellos hacían las listas, cuando llegaban a la planta
tercera, habitación tal, pues me metían, y yo limpiaba.
Cosas de
estas tenían una cierta normalidad, en la vida cotidiana, unido a un proceso
cogestionario en el que se entró. A mí me parecía bien, visto lo visto, que
fueran los colegiales quienes organizaran las normas de régimen interno del
colegio. ¿Por qué aquello no me había dado ningún temor? Porque ya me había
dado cuenta de que el conflicto tenía mucho que ver con las libertades
personales, y como a mí eso no me parecía ningún problema, cuando me di cuenta
de que ese era el quid de la cuestión, pensé que pocas normas raras se les iban
a ocurrir hacer. Ahí es cuando queda permitido en el colegio el libre
movimiento de personas, de horarios…
En ese
proceso, que fue muy largo, de organizar la Guía
colegial, me di cuenta de que ellos tomaban actitudes muy serias y muy
responsables, porque empezaban a organizar en cosas que a mí, desde fuera, me
hubiera costado más imponer. No hacía falta, porque ellos mismos lo hacían.
«Los periódicos: es intolerable que la gente se los lleve [de la sala de
periódicos]»: normas prohibiendo que la gente se lleve los periódicos. «Oye,
pero es que las habitaciones, si la gente molesta a los demás, no puede ser»:
prohibición de hacer ruido en las habitaciones. En ese proceso yo iba viendo y
decía: bien, vosotros mismos [risas].
La cuestión es que se fuera disolviendo toda esa situación con la que yo entré.
No fue tan fácil, porque seguía habiendo colegiales que pensaban que esta era
su casa, que ellos podían hacer lo que quisieran.
La cosa
quizá culmina, recuerdo, al final de mi segundo año, cuando nosotros estamos
con ese proceso que los colegiales tenían en la cabeza de que al final del año
venía la renovación de plaza. Algunos colegiales temían, porque sabían en el
colegio estaban pasando cosas, que nosotros en el proceso de renovación de
plaza igual echábamos a alguien colegio. Entonces nos pidieron que hiciéramos
una comisión de renovación de plazas, cuando nosotros no habíamos pensado en no
renovar a nadie. Esta comisión se organizó, se votó, se formó y empezó a
reunirse con nosotros. Dijimos que había un problema porque un chaval tenía
llaves del comedor y entraba; se la habíamos pedido y no nos la quería dar,
teníamos un problema con él. Fueron a hablar con él y decía que no las
devolvía, y esto no podía ser. Empezaron a hacer una lista, los colegiales de
la comisión, de posibles personas a no renovar la plaza. Los colegiales se
enteraron y dijeron: «¡Pero esto qué es! ¿La comisión haciendo una lista?».
Crearon tal presión sobre ellos que dimitieron todos. Nosotros nos encontramos
con la lista en la mano. Finalmente decidimos, y ese fue el momento crítico, no
renovar la plaza a ocho colegiales. Fue un momento en el que nos planteamos
que, si lo hacíamos mal… Pero lo hicimos: enviamos una carta y no se les renovó
la plaza, porque era gente vinculada a situaciones de estas que no… Cuando
empezó el curso siguiente, yo pensaba: como los colegiales mayoritariamente
entiendan que esto es una cacicada injusta, la hemos cagado, porque vamos a
perder las complicidades que estábamos generando, y eso va a joder el colegio.
Pero no, empezó el curso, la gente lo entendió; de alguna forma entendía que
estos tíos [los no renovados] eran un poco la leche… No dejaba de ser una lista
que había creado una comisión de colegiales en el fondo.
A partir de
ese momento, que es cuando comienza el tercer año, es cuando ya entramos en un
proceso en el que la autoridad de la dirección estaba ya asentada, porque hasta
entonces estaba en cuestión.
¿Qué papel tenía tu familia en todo esto, cómo
vivieron el colegio desde dentro?
Para mí fue
importantísimo. Creo que inconscientemente, luego lo he pensado y esto es
importante. Yo llego con 26 años y tampoco tengo mucha experiencia personal,
pero estoy casado, tengo un hijo, ya he trabajado, he tenido mi vida personal,
que aunque para mí no era tanto, para los colegiales probablemente sí. Ven que
llega alguien algo mayor que ellos y que tiene una familia. Además, mi mujer es
y era una mujer de estas que… a mí me mejoraba [risas] por decirlo así, me daba un cierto prestigio yo creo. No era
mojigata, era una mujer muy moderna. Yo no me daba cuenta en aquel momento,
pero luego sí, porque una de las cosas que noté enseguida es que mi pareja
generaba un cierto atractivo entre los colegiales, hasta el punto de que había
una necesidad de saber y de preguntar. Como mi mujer en ese sentido era muy
abierta, y yo también, teníamos muchas reuniones en casa con colegiales que,
fruto de lo que sea, se había producido un encuentro, un contacto… no al
principio, pero sí ya el segundo año. Era muy frecuente que un viernes por la
noche estuviera yo en casa con un grupo de colegiales y sus novias. Todo esto
generaba mucha complicidad. Para mí fue un apoyo muy grande.
Por otro
lado, tanto para mi mujer como para mis hijos cuando fueron creciendo, fue una
situación bastante difícil porque esto no dejaba de ser como un cuartel, donde
mi mujer era la única que vivía aquí, y además no vivíamos en una zona
independiente, sino en la tercera planta. Tenía que coger el ascensor de los
colegiales, a veces salíamos por la noche y llegábamos tarde, o ella salía sola
con unas amigas y llegaba tarde… Era una situación de vigilancia, y estamos
hablando de alguien que tenía veintipocos años. Entonces, el coste para mi
mujer y para mis hijos ha sido grande, y en ese sentido me han apoyado mucho, a
nivel de imagen también.
¿En qué momento salís del colegio y os compráis un
piso?
Empiezo a
comprarme un piso que por razones personales mi padre, que estaba metido en él,
tuvo que dejar. Me hago cargo de él y estuvimos poco a poco pagándolo, ocupándolo
muy poco porque nosotros vivimos en el colegio como nuestra residencia habitual
durante catorce años. A mis hijos iban al colegio en Majadahonda, que es donde
teníamos la casa, les llevaba y les traía todos los días desde aquí. Pero
ocurrió que cuando mi hijo pasó al BUP y mi hija seguía en el colegio, los
horarios cambiaron: uno entraba a las 8 y otro a los 9, y eso creaba una
distorsión. Es cuando decidimos irnos a Majadahonda, pero los fines de semana
nos veníamos. Durante un tiempo estuvimos así, hasta que ya poco a poco no.
Y ahora, ¿qué presencia sigues manteniendo en el
colegio?
Yo he
vivido catorce años en el colegio. Mis dos compañeros anteriores, mientras
estuvieron en el colegio, vivieron siempre aquí. Conseguí organizarme para
vivir fuera porque el colegio de mis hijos lo tenía al lado, pero mis dos
compañeros no, porque llevaron a sus hijos a colegios de por aquí, y
mantuvieron su vivienda hasta que dejaron de estar en el colegio. Cuando entran
Juan y Sergio [los actuales subdirectores], estamos en una fase en que aquí estamos
viviendo poco todos. Y ocurrió una cosa: mientras en los primeros años vivir
aquí era casi como necesario por cómo funcionaba el colegio, y además nosotros
no teníamos «cogido» el colegio entre las manos. Con el tiempo, poco a poco,
conseguimos que no fuera necesario que nosotros estuviéramos, cuando digo
viviendo, digo durmiendo fundamentalmente. Ahora nos vamos organizando con las
guardias, pero hay muchas noches que aquí no duerme nadie, y hemos conseguido
que no pase nada. Eso es lo que ha permitido también nuestra permanencia largo
tiempo en el colegio, porque con las condiciones de vivienda que tenemos aquí,
pensar que pueda haber una dirección viviendo eternamente en el colegio es
imposible.
Ahora,
quizá, con el colegio mixto, sea más fácil. Pero antes, con el colegio
masculino, mi hija por ejemplo, a partir de los 9-10 años, no es escenario para
que ella esté. No está organizado, este colegio no está dispuesto como otros
para que una familia viva. La presencia física, sobre todo en las horas de la
noche, es mucho menor a la de antes.
¿Qué más personas han vivido en el colegio que no sean
colegiales? Me hablabas de los anteriores directores, no sé si ha habido algún
caso más, de personal o lo que sea.
Sí, al
principio el personal era interno, todo. De hecho, una vez que uno conoce el
edificio, ve que hay unas zonas en el sótano, al lado de la conserjería, que
ahora ya no es como era antes, cuando eran seis habitaciones pequeñitas con un
baño. Ahí vivía el personal masculino, y en la famosa Casita [un pequeño
edificio de dos plantas dentro del recinto del colegio mayor] el personal
femenino. Eran seis habitaciones por un lado, y no sé si doce o catorce en la
casita. Todo el personal tenía su habitación aquí.
Recuerdo
que cuando llegamos aquí, una de las cosas que se hablaba, pues en los primeros
años se mantuvo mucho personal interno, era que aquí vivían los curas y las
chicas. Los curas tutelaban un poco a las chicas, hay que tener en cuenta que
en aquellos años casi todas eran muy jovencitas. Vivían como en una especie de
tutela, en fin, era una cosa muy antigua: el ritmo de vida que tenían, si
salían, si no salían… también estaba tutelado por los marianistas.
Eso duró
bastante tiempo, durante todos los primeros años de estar yo aquí vivía el
personal interno. Cada vez que ellas iban casándose… hablo de las chicas,
porque los chicos se mantuvieron menos, cuando yo llegué me parece que ya había
solo dos chicos internos, que en cuanto
pudieron dejaron de serlo. Pero claro: dejar de ser interno tenía un problema
económico y eso no se producía tan fácilmente, de hecho hasta hace muy poco
tiempo quedaba una chica.
Sí, es cierto, meses.
Poquito a
poco eso se fue liberando por propio deseo, porque era un poco enferma aquella
relación [suspira]. Al principio, bien,
pero eso no dejaba de ser como un campamento de verano, y un campamento de
verano no puede durar años y años porque aquello es tóxico, tenía sus
problemas.
Los
religiosos que vivían aquí lo hacían en habitaciones, algunas de las cuales quedan,
dobles. Aunque ahora todas las habitaciones dobles tienen una estructura que
hemos generado de que tú puedas entrar independientemente en tu habitación, con
un baño a compartir entre dos, entonces había
una salita a la que tú entrabas, con un dormitorio que había al lado y
un baño, al que se accedía desde ese dormitorio. De esas habitaciones había
varias en el colegio, por lo menos una en cada planta, y ahí es donde vivía la
dirección y algunos religiosos.
¿Cuáles son las reformas más importantes que ha habido
en el colegio en todos los años que llevas de director?
La más
importante es la gran obra de reforma que hacemos alrededor del año 2000. Se
hace por la necesidad que, primero, tenía el propio edificio, pero también impuesta
un poco por la normativa contra incendios vigente, que nos obligaba a proteger
toda la estructura metálica, enorme en el edificio. Esto nos obligaba a tener
que tirar todos los falsos techos del colegio, y como ya sabíamos que fontanería
y electricidad necesitaban una reforma integral, eso nos llevó a decir que
había llegado el momento e íbamos a hacer una reforma gorda que mejorara todas
las habitaciones, y había que ver si nos planteábamos o no, y nos lo
planteamos, meter baño a las habitaciones que no lo tenían. Esto supuso al
final una obra enorme en el colegio, que ha dado lugar básicamente a lo que el
colegio es en la actualidad. Previamente habíamos hecho pequeñas reformas de
aprovechamiento de espacio.
No sé si los colegiales tuvieron algún peso en este proceso…
Para las obras incluso, si también hubo una comisión de obras o algo así.
Pues mira,
sí. Recuerdo que sí que hubo unos colegiales a los que nosotros se lo
planteamos en algún momento proceso, e hicieron unos planos, en dos momentos.
Uno fue cuando el sótano de la iglesia estaba totalmente diáfano y vacío, y así
estuvo muchos años. Llegó un momento en que nos planteamos reformar ese espacio
y aprovecharlo. Ahí fueron los colegiales los que nos hicieron el planito de
distribución de espacios, y básicamente es como está ahora, con pequeños
cambios pero con esa estructura, con una zona central. Ahí, en esa zona
central, antes estuvo un pequeño oratorio que el colegio tenía en lo que
actualmente es… No sé cómo lo llaman los colegiales, la zona esta de la planta
cinco…
Ah, sí, el Barrio.
El barrio,
exactamente. La zona del barrio era donde supuestamente, en este pabellón,
vivían los religiosos, y tenían una capilla en la primera planta. Ese era un
espacio que cuando nosotros llegamos estaba utilizado de almacén, no de
iglesia, y decidimos que había que mejorar eso y hacer habitaciones. Pero
claro, ese oratorio no nos lo íbamos a cargar. ¿Dónde lo metíamos? En el sótano
de la iglesia. Ahí, en lo que actualmente es la biblioteca, estaba el oratorio,
y es estudio lo hicieron los colegiales. También los colegiales nos hicieron
unos planos para una última reforma que hicimos de la zona donde ahora están
las salas de estar, el billar y tal. En la gran reforma no.
Uno de los grandes cambios que ha habido en el
Chaminade es el paso de colegio masculino a mixto. ¿Cómo fue ese proceso?
Ese es un
proceso interesante, porque ahí pasaban cosas [risas]. Cuando yo llego al colegio, estoy hablando del año 77, en
ese proceso cogestionario, hay un grupo de colegiales que escribe un documento
que se aprueba en asamblea y que tenía varios objetivos: el no a las novatadas,
el colegio mixto y el tema de organización de la asamblea. Ahí sale ya el tema
del colegio mixto, fruto de ese proceso en el que entonces estaban los
estudiantes de libertad.
¿Por qué no
es mixto el colegio? El colegio no es mixto porque no era posible en aquella
época. Los colegios de estudiantes universitarios o eran masculinos o eran
femeninos; para ser mixtos, no podías ser un colegio mayor adscrito a la
Complutense. Poco después se permitió, pero en aquel momento no. Resulta que
ellos entendían que eso era fruto del miedo ancestral al sexo, la represión de
la sociedad en la que se vivía, y por lo tanto había que pelear por que los colegios
fueran mixtos, este en particular. Era un tema de tipo ideológico y de
planteamiento del deber ser, como yo digo tantas veces: ¿cómo debe ser esto?: eso
debe ser así. Todo el mundo estaba de acuerdo, se votó y se aprobó.
En esos
primeros años, los colegiales se estaban planteando que el colegio fuera mixto.
En el momento en que se empezó a permitir que los colegios lo fueran, se dio la
circunstancia de que, si no recuerdo mal, es el primer colegio que lo plantea,
de los que no lo eran antes… Por ejemplo, la Casa do Brasil fue mixta desde el
principio, pero claro, la Casa do Brasil tenía una estructura distinta. ¿Por
qué la Casa do Brasil es mixta y a nosotros nos dicen que no puede ser? Pero
bueno, tampoco la cosa se planteaba como para ir allí al rectorado a pedir
explicaciones, porque ni siquiera estaba puesto encima de la mesa el deseo de
ser mixto, pero estaba todo ese tema por ahí dando vueltas.
Los
colegiales querían que el colegio fuera mixto y en un momento dado nosotros,
que nos parecía bien, planteamos al patronato del colegio esta petición de los
colegiales, y al patronato le pareció bien también, y se lo planteó a los
marianistas, y los marianistas dijeron que no. Ya bastante tenía el colegio con
todos los temas de la libertad política, ideológica y tal, como para meterse
ellos a protagonizar el tema. Que no. Se paró y los colegiales lo dieron por
bueno, porque lo que querían de alguna manera yo creo que era ver dónde estaban
los límites y forzar a que cada uno se retratara. Ya nos habíamos retratado
nosotros, se había retratado el patronato, los marianistas habían dicho que no,
y los colegiales de alguna forma asumieron que era normal esa respuesta.
Empezaron a
hacerse colegios mixtos, empezó a ser posible, y entonces los colegiales
recularon un poco. Las generaciones iban cambiando, y ese planteamiento tan
ideológico de finales de los setenta y principios de los ochenta, con la llegada
y consolidación de la democracia, empezó a pasar de ser ideológico a de
intereses: qué nos interesa y qué no. «¿El colegio puede ser mixto?» Sí, puede
ser mixto. «¿Nos interesa?» Y había mucha gente a la que no le interesaba. Ya
bastante mixto era el colegio, como decían ellos, aentraban las chicas, y
además era mejor, porque si iba a ser mixto no iban a salir del colegio nunca,
porque se movían de un colegio a otro… Todo este tipo de argumentario, pero se
mantenía también el tema ideológico. De
vez en cuando se votaba eso: a veces salía que sí, y a veces salía que no, pero
estaba ese impulso hacia el colegio mixto detrás del colegio.
Los
marianistas, fruto de una crisis que tienen de personal, cuando además nosotros
les pedimos dinero para hacer la obra, el colegio lo tenían un poco olvidado.
Cuando les pedimos dinero dijeron: «¡Anda, el Chami!». Ellos estaban en un
proceso de reconversión; de hecho, una cosa que hicieron es crear una fundación
canónica desde la cual dirigir todos sus colegios. En esa fundación estarían
los religiosos marianistas, y empezaron a nombrar directores seglares en los
colegios.
En esas
estaban cuando aparecimos nosotros con este tema, y decidieron desprenderse del
colegio, buscando a un acuerdo a ver con quién para que se hiciera cargo de él,
alguien próximo a ellos. En ese proceso, curiosamente los marianistas, que el
problema se les había presentado cuando les pedimos dinero para hacer esto,
luego fueron quienes nos lo prestaron. Una vez se crea la fundación
[Universitaria Guillermo José Chaminade] para hacerse cargo del colegio, nos lo
prestaron para hacer la obra, pero ya no dependía el colegio de ellos. Había un
patronato, no había que pedir permiso a los marianistas para hacerlo mixto, y
ese nuevo patronato una de las primeras cosas que se planteó fue hacerlo mixto.
Ahí tuvimos
una pequeña crisis: ¿Esto se iba a votar o no? Es la única vez que recuerdo que
hemos hecho un planteamiento en el colegio de que se iba a hacer porque se
debía hacer. Es la institución la que asumía la responsabilidad de hacerlo, y
no íbamos a entrar en el mamoneo de a ver qué opinan los colegiales, porque es
jugar con ellos. Es una decisión que íbamos a tomar, teníamos una tradición en
la historia del colegio que avalaba ese deseo. Eventualmente había gente que no
había querido, siempre eran minoritarios, pero no íbamos a hacer la farsa de
someterlo a votación porque era engañarles. Si nosotros sometemos algo a
votación, o entendemos que hay que votarlo, es porque estamos dispuestos a
aceptar el resultado. Pero claro, aquí no íbamos a aceptar un resultado
negativo. Pusimos toda la carne en el asador, explicando por qué, y lo hicimos
mixto.
Entonces, en términos jurídicos, ¿cómo queda ahora el
colegio? Decías que los marianistas se desentendieron. ¿Cómo está el Chaminade?
Esta es una
fundación privada, que depende de la Comunidad de Madrid, con sus estatutos
aprobados por ella, de carácter benéfico-docente, lo que quiere decir que los
beneficios que pueda tener la institución tiene que revertirlos necesariamente
en la propia institución, con obras, actividades, becas… No puede haber
beneficios que salgan de la fundación. Dependemos, por un lado, del rectorado
en cuanto a que somos un colegio adscrito a la Universidad Complutense, y eso
implica unas obligaciones… que el rectorado no ejerce habitualmente, o las
ejerce poco. Luego tenemos unas obligaciones de cumplimentación de datos
económicos y tal con la Comunidad de Madrid.
En cuanto a relaciones personales, supongo que lo
largo de tantos años habrá habido muchas. ¿Sigues manteniendo contacto con
gente de muy antaño, con colegiales?
Sí mira. El
otro día nos reuníamos Juan, Sergio y yo para hablar del libro que estamos
preparando para el 50 aniversario, y nosotros queremos escribir algo. Vamos a
intentar escribir algo conjuntamente. Una de las cosas de las que hablábamos
era de nuestros inicios en el colegio y de dónde colocamos nuestra vinculación
emocional más grande con el mismo. Yo tengo periodos en mi vida en el colegio
con los que tengo mucha vinculación emocional, qué duda cabe, pero el más
fuerte fue el primero, que es de cuando yo tengo muchos amigos. De aquella
primera época mantengo relaciones personales bastante potentes con algunos, de
amistad y también de matrimonios, que son amigos también de mujer. Hay tres o
cuatro parejas que provienen de aquella época que son amigos, con los cuales he
viajado al extranjero.
Pero luego,
también, durante determinadas épocas, me ha ocurrido una cosa, que es una de
las que más me sorprende y satisface al mismo tiempo. Es que, por ejemplo, el
próximo sábado se va a celebrar aquí una comida con un grupo de colegiales, sus
mujeres y sus hijos en algún caso, que vienen reuniéndose desde hace muchos
años el último sábado de noviembre. Viene gente de fuera de Madrid y se reúne
un grupo bastante numeroso. Es una comida a la que me vienen invitando desde
hace mucho, y a la que yo voy. Ahí se van creando relaciones curiosas con gente
de ese grupo, que yo no tenía mucha relación con ellos cuando estaban aquí,
pero cuando te empiezas a relacionar con ellos ya pasado el tiempo, hay unos
vínculos potentísimos que yo noto que tienen entre ellos y hacia mí, que me
sorprenden.
He tenido
dos experiencias recientemente en esa línea, y estoy hablando de gente que
puede tener en estos momentos cuarenta y tantos años, que no es como los amigos
míos que te digo, que ya tienen cincuenta y tantos. Esto es otra generación. Y
es una generación que vivió muchos años, que estuvieron en el colegio cinco,
seis, siete, ocho años. En algunos casos, cuando se reúnen los amigos recorren
periodos muy amplios de tiempo; a lo mejor hay gente que tiene cuarenta años y
otra que tiene cincuenta, pero unos con otros coincidieron y generan un grupo
muy amplio. A algunos de ellos, o de esa edad, por circunstancias de la vida,
me los he encontrado, ha coincidido en un viaje que de pronto los he visto. He
percibido por su parte un cariño entrañable. Yo pienso en ellos y sé
perfectamente quiénes son, me acuerdo de ellos, sé que estuve con ellos en
muchas circunstancias porque, al estar más tiempo en el colegio, era más fácil
que eso se produjera, pero no como para que tengan esta especie de… no sé cómo
llamarlo… de reconocimiento, de aprecio.
Estoy
pensando en uno ahora en Alicante que nos hemos encontrado, desde hace un par
de veranos, fruto de unas casualidades, que nos han invitado a su casa, nos
llaman continuamente, nos invitan a cenar, nos preguntan cuándo vamos a ir por
allí, nos dicen que vayamos al barco… A mi mujer casi no la conocían, y ahora
es como si fuera su madre. ¿Qué represento yo? Claro, pienso que muchas veces
ha habido gente que ha venido con 18 años y se ha ido con 24, que tienen un
recuerdo del colegio como un sitio muy memorable, y lo vinculan a mí.
Hice un
viaje a Colombia hace dos años, porque mi mujer es de Barranquilla, y yo tenía
un excolegial allí que conocía bastante. Le llamé y de pronto se presentó en el
colegio, porque había coincidido que hacía un viaje a España. En Barranquilla
no es que me atendiera: no me dejó pagar hoteles… me decía que los colombianos
dicen mucho «ustedes los españoles no se dejan consentir». «Déjate consentir»,
me decía, y dejarme consentir era dejarme querer. Me contó que había estado
tres años en Nueva York y sus colegas eran unos pesados que no dejaban de ir
porque era estupendo, y desde que estaba en Colombia no le iba nadie a ver, era
yo el primero. Estaba volcado… he recibido mucho de eso.
Llevas casi cuatro décadas en el cargo y te jubilas
dentro de unos meses, ¿qué balance haces de todo este tiempo?
Es una cosa
tremenda. Como decía, cuando llegué aquí pensaba que duraría tres años, pero
luego me empecé a dar cuenta de que yo no era cura. Cuando llegas aquí te
desprofesionalizas. Yo ya me había desprofesionalizado porque soy físico y
estaba trabajando en un centro de cálculo con temas de informática. Cuando
decido dejarlo y dedicarme a la enseñanza [Tacho fue profesor de bachillerato
nocturno durante un tiempo] ya es un paso, y cuando vengo aquí… esto tiene
relación con la enseñanza, pero una de las cosas que se me pidió era dedicación
exclusiva. Ahora quizá no haría tanta falta, pero entonces sí. La dedicación
exclusiva a esto lo es a nada en concreto, y por eso me desprofesionalizo.
Según
pasaba el tiempo pensaba: «yo ya solo sirvo… no sé, para ser carcelero» [risas]. ¿Qué profesión es esta? No es
ninguna. Los pocos directores que había como yo en este colegio tendían a durar
hasta que les echaran, he sido el que más ha durado. Cuando he querido darme
cuenta, me he pasado toda la vida aquí. Es una situación un poco rara he tenido
una cierta ansiedad de dedicarme a algo más concreto. Cuando mis amigos me preguntaban
a qué me dedicaba, no sabía responderles, pero también me envidiaban, les
parecía que lo que hacía en este sitio era fantástico, y es verdad.
He
disfrutado mucho de estar con gente joven, me he nutrido mucho. Muchas veces
pienso que he sido un impostor, que estado pasando por aquí, dejando que las
cosas ocurrieran y ya está. Cuando lo he percibido más claramente, me he dado
cuenta de que es lo que había que hacer: dejar que las cosas pasaran. He
aprendido el valor de la confianza y que, en un entorno como este, así como
dicen que en la vida privada hay que aprender a decir que no, y es verdad
(porque estás sujetos a muchos chantajes emocionales del hermano, la novia, la
mujer, los hijos…), en la vida pública, cuando tú tienes una función, y esto de
alguna forma lo es, hay que aprender a decir que sí. Ese tema psicológico de
los chantajes emocionales y el decir que no, aquí no existe. Diciendo que sí,
responsabilizándote de lo que conlleva, muchas veces parece que no haces nada.
Esto lo
aprendí en los primeros años. Cuando veo que los colegiales están pidiendo
cosas y que yo podría decir que no, sería por tres cosas. Porque «no se debe
permitir» en base a algún tipo de valor universal, como hicimos con el colegio
mixto, pero eso lo haces una vez en cuarenta años. Alrededor de mí veo que mis
compañeros están todo el día con la palabra «intolerable» en su boca.
¿Intolerable? ¿Por qué es intolerable? Será que ellos no lo podían tolerar,
porque tienen miedo… Esa moto no me la vendas a mí, ni se la vendas a la gente
joven porque no te la va comprar. En segundo lugar, también se puede decir que
no porque no se pudiera asumir algo, pero había que decirlo claramente a los
colegiales: no es que sea intolerable, es que yo no puedo asumirlo porque estoy
acojonado. Si eso lo dices honradamente, los colegiales también te lo aceptan
porque lo entienden. Pero eso lo puedes hacer solo una vez de vez en cuanto,
porque si los colegiales ven que estás todo el día acojonado, pues pedirán que
venga otro. Y en tercer lugar, puedes decir que no porque no quieres, con perdón
de que esté grabado porque no te sale de los cojones.
No, no, dilo.
Puedes
decir que no porque te están tocando las narices y ya estás harto. Si lo haces
pocas veces, también los colegiales te lo aceptan, porque saben que te están
tocando las narices y que han llegado al tope [risas].
Pero la
conclusión es que hay que decir que sí casi siempre, porque no hay un argumento
fuerte para decir que no a nivel de valores, porque no vas a estar todo el día
asustado… y si un día te tocan las narices, dices «¡Basta ya!» y te lo aceptan.
He
aprendido que, en un sitio como este, hay que aprender a decir que sí, asumir
la responsabilidad de lo que conlleva eso y la gestión del sí, problemas que
surgen… Eso es una cosa fácil, o hay gente para la que no. También he aprendido
el valor de la confianza, porque como José Antonio Romeo confió tanto en mí, de
una forma tan ciega, era mi modelo para los colegiales. Igual que yo intentaba
hacerme digno de la confianza depositada sobre mí, la mayoría de la gente
joven, si te fías de ellos, intentaban cumplir las expectativas. He aprendido
como eso opera positivamente, y eso es lo que me llevo, todo ese bagaje de
hacer las cosas de una determinada manera que creo que ha funcionado bien.